Puerta de Jaime y camino homónimo

Puerta de Jaime (Jumilla)
Fotografía de Jesús Joaquín López Moreno (2020)

Ladrón de caminos
"Puerta de Jaime" es un topónimo que hace referencia al bandolero Jaime "el Barbudo", apareciendo en un plano de Jumilla de finales del siglo XIX. Como el nombre de lugar indica, la Puerta de Jaime constituía un sitio controlado por el bandolero y su cuadrilla en las primeras décadas de ese siglo. El paraje está localizado en un paso obligado del Camino de la Puerta de Jaime en la Sierra de los Ruíces, en la margen derecha de la Rambla de la Raja. Esta vía de comunicación enlaza la Carretera de Jumilla al Puerto de la Losilla (actual carretera CN-344), en Venta Román, con el Camino de Jumilla a Crevillente, en el paraje de La Raja. Por el entorno de la Puerta de Jaime transcurre la Cañada Real de Cuenca a Cartagena, que, por este paraje, transita por el lecho de la Rambla de la Raja.

Puerta de Jaime y camino homónimo
Detalle del Bosquejo planimétrico del término municipal
de Jumilla, Zona 2ª, Hoja 2ª, escala 1:25.000, Dirección
General del Instituto Geográfico y Estadístico, 1898

La Puerta de Jaime fue un paso controlado por el bandolero
y su cuadrilla en la Sierra de los Ruíces (Jumilla)
Al fondo, la Sierra de la Pila
Fotografía de Jesús Joaquín López Moreno (2020)

La riqueza de Jaime Alfonso "el Barbudo" era consecuencia del control que su cuadrilla tenía en la comunicación entre los reinos de Valencia y Murcia. Carnarvon define su persona como "un magnífico ejemplo del ladrón de caminos, tanto en su porte físico como en su vigor mental":
"era raro que desvalijase del todo a los viajeros, limitándose más bien a cobrarles un porcentaje de lo que llevaban, cosa que, teniendo en cuenta las circunstancias, no dejaba de ser razonable; a modo de compensación por este ataque a su bolsa el viajero podía seguir su camino sin miedo a nuevas molestias, no sólo en el territorio de Jaime, sino incluso más allá de él. Jaime conversaba jovialmente con los desvalijados mientras sus hombres les registraban el equipaje, ofreciéndoles puros y vino de su bota y, aunque el tributo se cobraba en proporción estricta al valor de lo que llevaba cada uno, atendía cortésmente a cualquier reclamación o deseo y afectaba un generoso desdén por las cosas de poco valor".
En 1820, el propio bandolero, sobre sus contactos con "el militar valiente, el comerciante activo, el arriero ingenioso y el pasajero receloso", resalta "la humanidad que siempre he observado con el rendido: a nadie herí, a ninguno apalee, a todos he tratado con decoro, atención y urbanidad".

Texto: Jesús Joaquín López Moreno (2020).