El bandolero Jaime "el Barbudo"



"las autoridades le temían y le festejaban
los pobres le amaban y le temían
como a su señor natural"
Conde de Carnarvon (1827)

El bandido más célebre del sureste peninsular
Jaime José Cayetano Alfonso Juan (1783-1824) era natural de Crevillente. Según cuentan los relatos, cuando un veinteañero Jaime trabajaba de guardián de viñas en Catral, mató a El Zurdo. El crimen fue reconocido por escrito por el propio bandolero en 1820: "un momento de debilidad, de irreflexión y de violencias le condujo a este ejercicio", aludiendo que, si hubieran existido leyes justas, "cual hombre libre me hubiera presentado ante el santuario augusto de la ley; habría manifestado y probado la violencia y las demás circunstancias que nuestras actuales instituciones eximen de pena al delincuente".

Reclutado por la banda de Los Mojicas en sus inicios de bandolero, pronto destacará por su astucia, capacidad de liderazgo y crueldad, llegando a controlar un amplio territorio del sureste peninsular, entre los reinos de Murcia y Valencia. Incluso, combatió y derramó sangre en la Guerra de Independencia Española contra el ejército francés (1808-1814). Fue en el Reino de Murcia, desde la Sierra de la Pila, donde Jaime "el Barbudo" hizo la solicitud de indulto para él y cinco de sus compañeros al rey Fernando VII. Así se expresa el bandolero en el manifiesto firmado el 20 de mayo de 1820, "desde las breñas y cavernas que dan vista a esa hermosa ciudad (Murcia)":
"Más de ocho años de continuo oficio me han hecho dueño del terreno que ocupo, topográficamente hablando: mi conducta honrada me ha facilitado la confianza de los esposos, de cuyas mujeres y familia jamás he abusado, y un dinero que he adquirido a costa de tantos riesgos y de mortales fatigas, ha sido distribuido entre el espartero hambriento, el sencillo cabrero, el negro carbonero, el sediento espía y el inagotable..." (Diario de la Ciudad de Valencia, 7 y 8 de junio de 1820).

Cueva de la Excomunión o de Jaime "el Barbudo" en un plano de finales del siglo XIX,
siete décadas después de que el bandolero habitara en la Sierra de la Pila
Detalle del Bosquejo planimétrico del Término Municipal de Abarán, Zona 1ª, Hoja 2ª,
escala 1:25.000, Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico, 1898

Redacción del manifiesto de solicitud de indulto de
Jaime "el Barbudo" y su cuadrilla al rey Fernando VII
(Cueva de la Excomunión -Abarán-, 20 de mayo de 1820)
Detalle de una ilustración de Pablo Pineda (2019)

Hacia 1821-22, durante el Trienio Liberal (1820-1823), el Conde de Carnarvon constata que Jaime "estaba pasando por un momento difícil y angustioso; se acababa de declarar partidario de la causa real y el Gobierno de las Cortes había enviado una fuerza considerable contra él, arrinconándole en las montañas y cercándole con un cordón de soldados". De su viaje por la Península Ibérica, el noble inglés también escribe que "este poderoso aventurero [...] pagaba los impuestos de por lo menos cinco aldeas situadas dentro de los límites del territorio montañoso sobre el que durante años fue rey casi absoluto". Con este abono, el bandolero había ganado el afecto de los vecinos de su territorio y, con ello, había adquirido poder y seguridad, de tal modo que, cuando se aproximaba un peligro, en seguida le advertían e, incluso, cuando se veía acorralado, hacían lo posible por ayudarle a fugarse.

La riqueza de Jaime Alfonso "el Barbudo" era consecuencia del control que su cuadrilla tenía en la comunicación entre los reinos de Valencia y Murcia. Carnarvon define su persona como "un magnífico ejemplo del ladrón de caminos, tanto en su porte físico como en su vigor mental":
"era raro que desvalijase del todo a los viajeros, limitándose más bien a cobrarles un porcentaje de lo que llevaban, cosa que, teniendo en cuenta las circunstancias, no dejaba de ser razonable; a modo de compensación por este ataque a su bolsa el viajero podía seguir su camino sin miedo a nuevas molestias, no sólo en el territorio de Jaime, sino incluso más allá de él. Jaime conversaba jovialmente con los desvalijados mientras sus hombres les registraban el equipaje, ofreciéndoles puros y vino de su bota y, aunque el tributo se cobraba en proporción estricta al valor de lo que llevaba cada uno, atendía cortésmente a cualquier reclamación o deseo y afectaba un generoso desdén por las cosas de poco valor".
En 1820, el propio bandolero, sobre sus contactos con "el militar valiente, el comerciante activo, el arriero ingenioso y el pasajero receloso", resalta "la humanidad que siempre he observado con el rendido: a nadie herí, a ninguno apalee, a todos he tratado con decoro, atención y urbanidad".

La Puerta de Jaime fue un paso controlado por el bandolero
y su cuadrilla en la Sierra de los Ruíces (Jumilla)
Al fondo, la Sierra de la Pila
Fotografía de Jesús Joaquín López Moreno (2020)

El Conde de Carnarvon también trató sobre la personalidad del bandolero:
"Parece haber sido hombre de un carácter complejo, poseedor en gran medida de las virtudes y los vicios del jefe de mesnada medieval. Era liberal con sus seguidores y cruel con sus enemigos, pero incluso para con éstos mostraba a veces una magnanimidad digna de épocas heroicas. Tenía a honra proteger a los campesinos que se adherían entusiásticamente a su causa y se decía que a veces, cuando una pareja de enamorados pertenecientes a familias fieles a él no podía casarse por falta de dinero, Jaime les resolvía el problema dando a la novia dote suficiente y apareciendo en plena boda en traje de ladrón, asistiendo al baile, sacando a bailar a la novia, besándola en las mejillas con un ardor que el novio perdonaba sin gran esfuerzo y desapareciendo entre los aplausos ruidosos de los campesinos" (Carnarvon, Viajes por la Península Ibérica, Taurus, Madrid, 1967, 100-105).

Sus últimos años se mantuvo siempre hábil en sus correrías, evitando las órdenes de captura emitidas por las autoridades públicas. Así lo expresa el propio bandolero en el manifiesto de 1820: "esos batallones destinados a mi persecución; esas compañías de cazadores, que cual conejo o fiera dañina me han buscado inútilmente por espacio de tantos años; esos escopeteros del país, y esos ligeros Miñones [...]. Mi vida ha estado en venta como la de un reptil, o de una bestia [...]: Véndase enhorabuena, ofrézcanse premios al que aprisione o mate al animal nocivo, equipárese este al valiente Jaime".

El final de Jaime "el Barbudo" hay que buscarlo en la ciudad de Murcia, en la Plaza de Santo Domingo, el 5 de julio de 1824. Tras su detención y ajusticiamiento público, su cuerpo fue descuartizado y sus cuartos fueron fritos para ser repartidos por los distintos lugares donde había hecho daño, como Crevillente y Jumilla. Fue el comienzo de su leyenda, como se refleja en la tradición oral de los viejos que hoy habitan en torno a la Sierra de la Pila, así como en la documentación escrita y en la toponimia. Incluso, las balas de armas de avancarga halladas en la Cueva de los Mojicas se podrían relacionar con la presencia de Jaime "el Barbudo", quien fue reclutado por la banda que dio nombre a esta cavidad abaranera de la Sierra de la Pila.

Balas esféricas de plomo de armas de avancarga
Cueva de los Mojicas (Sierra de la Pila, Abarán)

Texto: Jesús Joaquín López Moreno (2020).